“Huye
de mí, caliente voz de hielo,
no
me quieras perder en la maleza
donde
sin fruto gimen carne y cielo
Deja
el duro marfil de mi cabeza,
apiádate
de mí, ¡rompe mi duelo!
¡Que
soy amor, que soy naturaleza!
[Federico
García Lorca – Sonetos del amor oscuro]
Hay
veces que quieres escribirlo todo. Que quieres decirlo todo.
Expresarte, exprimirte, darte la vuelta como un calcetín. Y es
complicado, porque lo más normal es que, al intentar decir
demasiado, acabe uno no diciendo nada en absoluto.
También
hay veces que quieres saberlo todo. Que quieres entrar en la cabeza
de ella, revolver, entender, destripar cada uno de sus pensamientos.
Y, en esos casos, lo más normal es que cuanto más indagues menos
entiendas.
Pero
es inevitable querer hablarte todo y querer sabértela toda; es
complicado no acabar haciendo círculos. Es entonces cuando tu
cabeza empieza a calentarse. La presión aumenta, el vapor se acumula
y te sale por las manos, y te sale por los ojos, y te
empaña la vista, y te llena el estómago, y te asfixia mientras
duermes. Tiritas, febril, consumido por tu propia obsesión.
Tienes
las ideas tan mojadas que no hay manera de leerlas. Todo tu vapor
enrarece el ambiente y una parte de ti quiere abrir las ventanas,
quitarte la tapa de los sesos unos segundos, que salga todo, para
poder aliviar esa presión. Pero otra sigue apretando, sigue
estrujándote las entrañas porque sientes ese dolor como lo único
real, aunque sepas que en algún momento te hará estallar.
Intentas
seguir hacia delante, pero el tiempo se ha parado. No distingues ayer
de hoy, y el recuerdo lacerante de algo que nunca viviste te hace
odiar lo que sí estás viviendo. Nuestro cerebro tiene mecanismos muy curiosos para
arreglar la percepción. Cuando hay vacíos, o imperfecciones, o
faltas de simetría, rellena los agujeros, omite las imperfecciones,
completa la imagen simétrica. Parece que, de serie, estamos
destinados a intentar verlo todo como creemos que debería ser, y no
como es. Por eso al ver de repente el fallo en la imagen cuesta tanto
volver a ver la figura como debe ser. Porque, al darte cuenta del
engaño, ya no confías en tus sentidos.
Dejaste
de ver la imagen perfecta cuando todo empezó a ser más difícil
porque ya no había vuelta atrás, porque estabais tan pegados el uno
al otro que ya no había espacio para nada más, y aplastasteis esa
separación que habíais creado. Al explotar esparció su contenido
de dudas por vuestra habitación, las estuvisteis respirando,
drogándoos con ellas. Y a ti se te han subido tanto a la cabeza que
necesitas más para mantener ese estado de irrealidad en el que te
has instalado, ese en el que estáis tan tan cerca que a veces no
distingues como deberías dónde acabas tú y dónde empieza ella,
tan tan cerca que te duele.
Sin
embargo, has tomado una decisión. Has decidido aceptar ese dolor.
Masticarlo, devorarlo, tragarlo, digerirlo. Que sea parte de ti. De
vosotros. “Pain is inevitable, suffering is optional”. Das
la bienvenida al dolor, entonces. Para que no sufráis, todos los
días te encuentras a una hora con él.
Y
todas las noches, antes de dormir, le rezas tu nuevo Credo: “Huye
de mí, caliente voz de hielo...”.
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