Para todos los males hay dos remedios: el tiempo y el silencio
[El Conde de Montecristo, Alejandro Dumas (Padre)]
[El Conde de Montecristo, Alejandro Dumas (Padre)]
- Es eso. Eso precisamente... -su mirada se perdía mucho más allá del río, viajante. Su paso se mantenía constante.
-¿El qué? -yo tampoco giré la cabeza, ligeramente inclinada hacia el suelo.
- Es esta sensación de que no pasa nada, ¿no te ocurre? -sus ojos ahora me observaban, brillantes.- Empiezas a caminar, no importa hacia dónde. Un paso, otro y otro.
- Lo importante es no hablar -asentí.
- Efectivamente. Callarse, y no fijarse demasiado en nada, o un poco en todo. Convertir el movimiento en un ciclo, que tu cerebro lo vea como una rutina. Porque en la rutina no piensas -la voz se le quebró levemente.
En la rutina no piensas... Esa afirmación daba vueltas en mi mente, ocupando el largo silencio que la siguió. ¿Qué nos había ocurrido? ¿Era cierto que nos habíamos acostumbrado, y ya no pensábamos en el otro? ¿Era cierto que ya no pensábamos, sólo actuábamos instintivamente, rutinariamente?
- Pero, ¿sabes? Eso es lo que más me gusta de caminar: vagar con la mente absorta, ocupada en su propia rutina del movimiento, sin saber nada del exterior, y sobre todo sin saber nada del interior. -el brillo de sus ojos desaparecía oscurecido por la sombra de sus cuencas cada vez más hundidas en el rostro.- El cerebro descansa... tú descansas.
- Olvidas lo más importante. -levantó rápidamente la vista. Lo esparaba con impaciencia.- La palabra después de la desconexión. ¿Para qué sirve descansar, si no es para volver con más fuerzas?
De repente nos dimos cuenta de que estábamos parados, ahí en mitad del paseo, junto al río. Frente a frente.
Ese día hicimos un pacto: cada uno caminaría por separado, haría de su paseo una rutina, en la que el cerebro descansaría y el alma se acomodaría. Para volver al otro con paz, con ganas. Para volver, no importaba cuándo, siempre volver, una y otra y otra vez.
''Ese día hicimos un pacto: cada uno caminaría por separado, haría de su paseo una rutina, en la que el cerebro descansaría y el alma se acomodaría. Para volver al otro con paz, con ganas. Para volver, no importaba cuándo, siempre volver, una y otra y otra vez.''
ResponderEliminarLa mejor alternativa posible. O quizá la única... No lo sé pero, en todo caso, fantástica decisión.
Estás hecho todo un poeta Lams :) hay tanto de cierto en lo que describes que asusta que así sea.
ResponderEliminarNo me gusta eso de la rutina en la que sumergimos el cerebro, pero existe, eso sí que me asusta. Aunque la rutina se reinventa continuamente, quizá nuestro cerebro se sumerge tan entumecido y agusto en ese modo "desconexión" que no le sirve de mucho ese cambio de pelaje; total, el animal es el mismo, aunque mude su pelo y piel y esas cosas.
Me gusta eso de volver, siempre se vuelve. Me doy cuenta de que hace mucho que no hablamos!:(