Olvidados en Tokio, perdidos entre rascacielos y montañas de cristal.
Trastabillando entre los escollos de vuestras inseguridades.
Mirando frente a frente al futuro, entre colores, pantallas y corrientes eléctricas, que se descargan en vosotros como vosotros las descargáis en el mundo.
Robando el poco oxígeno que nos queda, traficando con él.
Jugando a ser Japón, pero haciendo equilibrio para no caeros en medio del Pacífico.
Vosotros, los olvidados de Tokio. No desesperéis. No perdáis la fe. Porque yo también estuve allí. O lo estoy. O lo estaré. Pero he vuelto.
Dije que creía en la posibilidad de volver una y otra vez. Mentía. No lo creía: lo esperaba, lo deseaba.
Deseaba la posibilidad de que la razón imperara, de que Pangea significara algo para el resto de continentes; pero son sólo un problema las islas, un gasto fútil en palmeras sin sentido.
Pero el mundo es grande, Fortuna sonríe y junta a su antojo, y a veces se antoja agradable.
Y, hoy, entre esta maraña de ojos rasgados, terremotos y polución, me he encontrado. Me he reconocido frente al espejo, olvidado sin estar perdido, siempre esperando a que otros se encuentren, para demostrar que su gobierno dictatorial nunca fue del agrado del pueblo.
no hay mal que cien años dure (ni cuerpo que lo aguante)
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