martes, 3 de abril de 2012

Ma faute à toi

Ce sont les petits mouchoirs qu’on met de côté sur les problèmes qu’on met de côté, justement, qu’on veut pas reconnaître de soi-même, qu’on veut pas reconnaître ou qu’on veut pas dire aux autres, à ses proches, à ses amis, parce qu’on veut pas les heurter, leur faire du mal, qu’on veut pas se faire de mal à soi-même, donc on se ment à soi-même et du coup, on en arrive à se poser des questions de savoir “est-ce que j’ai vraiment la vie que j’ai vraiment envie d’avoir, est-ce que j’ai le métier que j’ai envie d’avoir, est-ce que je vis avec la femme, ou avec l’homme, avec qui j’ai vraiment envie de vivre”, enfin, toutes ces questions un peu existentielles et voilà. Tout du coup on ne peut plus être honnêtes.


Son las mentiras piadosas que apartamos sobre los problemas que apartamos, justo esas, que no queremos reconocer por nosotros mismos, que no queremos reconocer o que no queremos decir a los demás, a los más cercanos, a los amigos, porque no queremos enfrentarnos a ellos, no queremos hacerles daño, porque no queremos hacernos daño a nosotros mismos, así que nos mentimos a nosotros mismos y entonces, llegamos así a preguntarnos "¿tengo de verdad la vida que realmente quiero tener, tengo el trabajo que quiero tener, vivo con la mujer, o con el hombre, con quien de verdad quiero vivir?", en fin, todas estas preguntas un poco existenciales y zasca, acabamos por no poder ya más ser honestos.


[Les petits mouchoirs]




Es un bucle, un círculo vicioso en el que ya no sabes cuándo empezaste, qué es mentira y qué es verdad, qué te importa y qué no. Mantienes la postura que estás acostumbrado a mantener, aunque las rodillas te manden ominosas señales de fatiga.
El ocultar(te) lo que quieres acaba por hacerte olvidar qué es lo que querías, y de repente te encuentras sólo, en medio de no sabes qué mierda de carretera secundaria, oscura, rodeada de escarpados terraplenes, con coches pasándote a toda hostia. Te encuentras allí, pensando, qué coño hago yo aquí. Y alguien, desde una ventanilla de uno de esos coches te dice mientras te tira un cigarrillo, no sé, ni me importa, pero quítate de ahí, gilipollas, o todavía te atropello.
Bajas la cabeza, entonces, y das un paso al frente. Atropelladme, para que al menos sienta algo, aunque sea el dolor definitivo. Esto no tiene sentido alguno.

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