[...] pourquoi n'assumes-tu pas ton choix jusqu'au bout? Pourquoi ne cesses-tu pas d'appeler Ralph, pourquoi es-tu obsédée par ce que tu n'as pas? Mais bordel, pourquoi n'acceptes-tu pas une fois pour toutes l'impossibilité de ce qui ne peut pas être?
Ce qui faisait mal, ce qui faisait vraiment mal, c'était cette blessure infectée d'impuissance, ce vouloir et ne pas pouvoi qui me rongeait. L'essence de mon angoisse était dans les désirs réprimés et les rencontres avortées. Tout ce que j'aurais pu mais ne pouvais ni donner ni recevoir.
For all the lovers and sweethearts we'll never meet.
[Beatriz et les corps célestes - Lucía Etxebarría]
Nació y vivió un tiempo. Por lo visto también creció; no sé si mucho. Lo que si hizo fue pensar, era una de sus más arraigadas costumbres, como el vaso de agua antes de acostarse o la canción para dormir.
Era verdaderamente todo un rito: el agua contenida por aquel vaso eliminaba todos los males sabores que quedaban en su boca; la canción debía electrizarle desde la columna hasta la cabeza, desconectando sus neuronas. Todo tenía su porqué.
El problema de los ritos llega cuando te das cuenta de que son sólo símbolos, que verdaderamente no cambian un ápice tu realidad. Cuando se dio cuenta de que el mal sabor de boca no se le iba con el agua, y que no encontraba canción que evadiera su mente, sus manos empezaron a sudar de nuevo.
Creía haber encontrado el equilibrio, ese ansiado equilibrio que tanto le costaba alcanzar, y nuevamente tenía la sensación de haber decrecido dos años. Al menos dos años, si no más.
Ay, pequeño iluso, te habías creído dueño de tu estabilidad... ¿es que no has aprendido nada? Sabías que una persona podía llegar de repente y tirarse rondando, implacable, hacia tus bolos, desestabilizarlos y hacerte un spare, o incluso un pleno.
De hecho, últimamente casi lo deseabas. Deseabas en el fondo de ti ese golpe que te rompiera de nuevo, que te descolocara y te pusiera otra vez en juego, porque considerabas, pretencioso tú, que habías adquirido la capacidad de ganar esas batallas, y de divertirte guerreando incluso. Habías estado enfermo de frustración, y ahora que comenzabas a reponerte querías volver al frente.
Pero has tenido algo de mala suerte, y resulta que del anterior golpe tus bolos nunca llegaron a estar en pie. Hubo al menos uno que siguió en el suelo, ignorado, pero no olvidado. Te quisiste olvidar de que habías intentado olvidar, pero fue el olvido quien se olvidó de ti. Y vuelve furioso, sintiéndose ultrajado por tanta falta de atención. Para olvidar hay que estar fuerte, no puedes ser un mero convaleciente. No estabas preparado para guerrear contra un nuevo golpe directo, pues el mero recuerdo ha demostrado que era capaz de desestabilizarte de nuevo.
Querías escribir en un papel todo lo que se había pasado por tu cabeza en todo ese tiempo. Querías encontrar el punto en el que aquel cable de tu instalación, que supuestamente debía ir sin carga, sufrió las consecuencias de una descarga y volvió a enchufar tus neuronas de la melancolía.
El mayor símil que te puedo ofrecer, estúpido inocente, es el de la corriente eléctrica: se produce al existir un paso de electrones entre dos puntos que están a diferente potencial. Cambia puntos por personas. Cambia potencial por interés. Y cambia el paso de electrones por esas descargas eléctricas que recorren tu espina dorsal cada vez que su nombre roza tu sistema nervioso.
Et le voilà, el sujeto desequilibradamente desequilibrado otra vez sintiendo una frustración en lo más hondo de su cabeza que no le deja pensar. Porque nunca pensó, él que tan rápido retiró la atención a aquellos que no le producían interés para encontrar la paz, que el mundo es una balanza, y que ahora le iban a quitar la paz a él recordándole que él también producía falta de curiosidad e interés en otras personas. Y que esa ausencia en esa persona le hería en el pecho, le atravesaba, le rasgaba en dos, aparentemente sin remedio ni cura.
¿Impotencia, chaval? Bienvenido de nuevo al mundo en el que lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible.
Era verdaderamente todo un rito: el agua contenida por aquel vaso eliminaba todos los males sabores que quedaban en su boca; la canción debía electrizarle desde la columna hasta la cabeza, desconectando sus neuronas. Todo tenía su porqué.
El problema de los ritos llega cuando te das cuenta de que son sólo símbolos, que verdaderamente no cambian un ápice tu realidad. Cuando se dio cuenta de que el mal sabor de boca no se le iba con el agua, y que no encontraba canción que evadiera su mente, sus manos empezaron a sudar de nuevo.
Creía haber encontrado el equilibrio, ese ansiado equilibrio que tanto le costaba alcanzar, y nuevamente tenía la sensación de haber decrecido dos años. Al menos dos años, si no más.
Ay, pequeño iluso, te habías creído dueño de tu estabilidad... ¿es que no has aprendido nada? Sabías que una persona podía llegar de repente y tirarse rondando, implacable, hacia tus bolos, desestabilizarlos y hacerte un spare, o incluso un pleno.
De hecho, últimamente casi lo deseabas. Deseabas en el fondo de ti ese golpe que te rompiera de nuevo, que te descolocara y te pusiera otra vez en juego, porque considerabas, pretencioso tú, que habías adquirido la capacidad de ganar esas batallas, y de divertirte guerreando incluso. Habías estado enfermo de frustración, y ahora que comenzabas a reponerte querías volver al frente.
Pero has tenido algo de mala suerte, y resulta que del anterior golpe tus bolos nunca llegaron a estar en pie. Hubo al menos uno que siguió en el suelo, ignorado, pero no olvidado. Te quisiste olvidar de que habías intentado olvidar, pero fue el olvido quien se olvidó de ti. Y vuelve furioso, sintiéndose ultrajado por tanta falta de atención. Para olvidar hay que estar fuerte, no puedes ser un mero convaleciente. No estabas preparado para guerrear contra un nuevo golpe directo, pues el mero recuerdo ha demostrado que era capaz de desestabilizarte de nuevo.
Querías escribir en un papel todo lo que se había pasado por tu cabeza en todo ese tiempo. Querías encontrar el punto en el que aquel cable de tu instalación, que supuestamente debía ir sin carga, sufrió las consecuencias de una descarga y volvió a enchufar tus neuronas de la melancolía.
El mayor símil que te puedo ofrecer, estúpido inocente, es el de la corriente eléctrica: se produce al existir un paso de electrones entre dos puntos que están a diferente potencial. Cambia puntos por personas. Cambia potencial por interés. Y cambia el paso de electrones por esas descargas eléctricas que recorren tu espina dorsal cada vez que su nombre roza tu sistema nervioso.
Et le voilà, el sujeto desequilibradamente desequilibrado otra vez sintiendo una frustración en lo más hondo de su cabeza que no le deja pensar. Porque nunca pensó, él que tan rápido retiró la atención a aquellos que no le producían interés para encontrar la paz, que el mundo es una balanza, y que ahora le iban a quitar la paz a él recordándole que él también producía falta de curiosidad e interés en otras personas. Y que esa ausencia en esa persona le hería en el pecho, le atravesaba, le rasgaba en dos, aparentemente sin remedio ni cura.
¿Impotencia, chaval? Bienvenido de nuevo al mundo en el que lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible.
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