domingo, 2 de abril de 2017

Credo

Huye de mí, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo

Deja el duro marfil de mi cabeza,
apiádate de mí, ¡rompe mi duelo!
¡Que soy amor, que soy naturaleza!

[Federico García Lorca – Sonetos del amor oscuro]


Hay veces que quieres escribirlo todo. Que quieres decirlo todo. Expresarte, exprimirte, darte la vuelta como un calcetín. Y es complicado, porque lo más normal es que, al intentar decir demasiado, acabe uno no diciendo nada en absoluto.

También hay veces que quieres saberlo todo. Que quieres entrar en la cabeza de ella, revolver, entender, destripar cada uno de sus pensamientos. Y, en esos casos, lo más normal es que cuanto más indagues menos entiendas.

Pero es inevitable querer hablarte todo y querer sabértela toda; es complicado no acabar haciendo círculos. Es entonces cuando tu cabeza empieza a calentarse. La presión aumenta, el vapor se acumula y te sale por las manos, y te sale por los ojos, y te empaña la vista, y te llena el estómago, y te asfixia mientras duermes. Tiritas, febril, consumido por tu propia obsesión.
Tienes las ideas tan mojadas que no hay manera de leerlas. Todo tu vapor enrarece el ambiente y una parte de ti quiere abrir las ventanas, quitarte la tapa de los sesos unos segundos, que salga todo, para poder aliviar esa presión. Pero otra sigue apretando, sigue estrujándote las entrañas porque sientes ese dolor como lo único real, aunque sepas que en algún momento te hará estallar.

Intentas seguir hacia delante, pero el tiempo se ha parado. No distingues ayer de hoy, y el recuerdo lacerante de algo que nunca viviste te hace odiar lo que sí estás viviendo. Nuestro cerebro tiene mecanismos muy curiosos para arreglar la percepción. Cuando hay vacíos, o imperfecciones, o faltas de simetría, rellena los agujeros, omite las imperfecciones, completa la imagen simétrica. Parece que, de serie, estamos destinados a intentar verlo todo como creemos que debería ser, y no como es. Por eso al ver de repente el fallo en la imagen cuesta tanto volver a ver la figura como debe ser. Porque, al darte cuenta del engaño, ya no confías en tus sentidos.

Dejaste de ver la imagen perfecta cuando todo empezó a ser más difícil porque ya no había vuelta atrás, porque estabais tan pegados el uno al otro que ya no había espacio para nada más, y aplastasteis esa separación que habíais creado. Al explotar esparció su contenido de dudas por vuestra habitación, las estuvisteis respirando, drogándoos con ellas. Y a ti se te han subido tanto a la cabeza que necesitas más para mantener ese estado de irrealidad en el que te has instalado, ese en el que estáis tan tan cerca que a veces no distingues como deberías dónde acabas tú y dónde empieza ella, tan tan cerca que te duele.

Sin embargo, has tomado una decisión. Has decidido aceptar ese dolor. Masticarlo, devorarlo, tragarlo, digerirlo. Que sea parte de ti. De vosotros. “Pain is inevitable, suffering is optional”. Das la bienvenida al dolor, entonces. Para que no sufráis, todos los días te encuentras a una hora con él.

Y todas las noches, antes de dormir, le rezas tu nuevo Credo: “Huye de mí, caliente voz de hielo...”.

lunes, 16 de junio de 2014

La sonrisa de Karenin

"No tiene ningún mérito portarse bien con otra persona. Teresa tiene que ser amable con los demás aldeanos porque de otro modo no podría vivir en la aldea. Y hasta con Tomás tiene que comportarse amorosamente, porque a Tomás lo necesita. Nunca seremos capaces de establecer con seguridad en qué medida nuestras relaciones con los demás son producto de nuestros sentimientos, de nuestro amor, de nuestro desamor, bondad o maldad, y hasta qué punto son el resultado de la relación de fuerzas existente entre ellos y nosotros.
La verdadera bondad del hombre sólo puede manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación con quien no representa fuerza alguna. La verdadera prueba de la moralidad de la humanidad, la más honda (situada a tal profundidad que escapa a nuestra percepción), readica en su relación con aquellos que están a su merced: los animales. Y aquí fue donde se produjo la debacle fundamental del hombre, tan fundamental que de ella se derivan todas las demás."

[ Milan Kundera ]

miércoles, 28 de agosto de 2013

Bière a la bruxelloise

Esto lo escribí hace un tiempo, pero llevo uno de esos días en los que me apetecería tomarme una cerveza en el Pantin, o en el sofá atrapador. Para revivirlo todo. Para vivir de verdad otra vez.



Si hay algo de lo que los belgas pueden estar orgullosos, estarás de acuerdo conmigo en que no es de su capacidad para organizar y administrar un país. Puede que ni siquiera puedan presumir de ejemplo de representación de un continente. Tampoco somos nosotros un gran ejemplo, de todos modos. Entre tú y yo, para mí que lo de “capital de l'Europe” a muchos bruselenses les sigue sonando a farol.
De lo que más orgullosos deberían estar los belgas es, en mi opinión, de su cerveza. ¿Que has pedido República Checa? Bueno, algo habrá que se deje beber por allí... yo no soy un gran experto, pero considero que toda persona que se vaya de Erasmus debería saber ciertas cosas sobre la cerveza.


La elección del tipo de cerveza

El tipo de cerveza es lo más importante... hasta el menos experto sabe que nada tiene que ver una cerveza de trigo con una de cebada. Una es más dulce y generalmente espesa... además, se suele servir a temperatura ambiente. La otra es más amarga y líquida, y la gente la prefiere bien fría normalmente.
La primera vez que pedí una cerveza de trigo en Bélgica me miraron extrañados, diciendo que de eso no tenían. Recuerdo lo chocante que me sonó que aquellos expertos cerveceros no supieran de qué les hablaba... Con el tiempo descubrí que no es lo único chocante de los bruxellois (permíteme la licencia, suena bastante mejor que bruselense). Por ejemplo, parece que les gusta gritar en los bares tanto como a nosotros, pero después contigo hablan muy bajito (he aquí una paradoja que la ciencia debería estudiar profundamente...).
Pero no quiero desviarme, ni confundirte: la elección del tipo de cerveza es complicada. Piensa que es normal, pues, al fin y al cabo, ¿quién es capaz de saber si algo le va a gustar antes de probarlo? Pues bien, no lo diré muy alto por si alguien piensa que es una obviedad, pero la respuesta es que NO LO SABES. Y no te engañes, no lo vas a saber nunca. En ningún aspecto de la vida. Así que déjate llevar por el instinto, como yo me dejé llevar por el gusto por el francés en mi elección de Bélgica como país de destino.
Pero el instinto no es lo único que cuenta... prueba con el olfato para ayudarte a decidir, haz que tus sentidos vayan captando ideas de cómo puede ser esa cerveza que te están ofreciendo. Yo olía cosas en Bruselas. Olía, realmente, mezcla de muchas cosas, para algunos puede que demasiadas (a lo largo de la historia ha habido gente muy sabia que ha gustado de las cosas más tranquilas; yo siempre he sido menos exquisito, o más ansioso, no sé).
Olía, decía, algo vivo, cambiante. Porque Bruselas no es una ciudad tranquila, a veces es incluso demasiado bulliciosa; si vas alguna vez, intenta pasar dos días distintos por la misma plaza, verás cómo no tiene nada que ver. Y es que los lugares de Bruselas, como su cerveza, dependen de la situación, de la compañía… y del espectáculo que cada asociación o administración haya decidido montar ese día. Apréndete el significado del verbo bouger si vas a Bruselas alguna vez.
Pero no nos quedemos sólo con Bruselas… ¡hay en el mundo tantos lugares que huelen a tantas cosas! A mí la cerveza me sirve para captar y recordar el olor de todos aquellos que he pisado.
En cualquier caso, escojas el tipo de cerveza que escojas, recuerda que no hay lugar en el que no haya alguna realmente deliciosa. A mí me gustó la belga, pero no soy yo quién para adivinar cuál es la que más te va a gustar a ti.


La elección del vaso

No le des a este punto menos importancia de la que tiene, no en vano una de las obsesiones de los belgas es que la cerveza, además de ser buena, necesita ser servida en el vaso adecuado para que uno la pueda disfrutar completamente. No quiero decir que no se pueda disfrutar una cerveza en un vaso viejo y destrozado; al contrario, soy de los que piensan que mientras que esté muy limpio, cualquier recipiente puede ser apto, e incluso tener mucho más encanto.
Pero, en cualquier caso, es algo que hay que plantearse: el recipiente de la cerveza es casi tan importante como el recipiente en el que tú vives. Es cierto que no van a ser los que definan tu cerveza o tu estancia, pero créeme cuando te digo que va a ser una de las cosas que más recuerdes.
Sé que puede ser muy complicado elegir el vaso, pero te cuento lo que yo hice: busqué uno que fuese grande, para poder compartir mi cerveza con mucha gente, y traté de que no fuese más caro que la propia cerveza. También te aconsejo que te procures compañeros de piso que limpien los vasos tan a conciencia como tú, para no entrar en conflictos. Yo soy de los que sólo comparte el vaso con personas que realmente valoren la confianza que supone el hecho de compartir el vaso.
No desesperes si no encuentras un vaso de tu agrado, rara vez hay amor a primera vista. Y además, el tiempo que te pasas en el bar eligiendo tu cerveza es, como los días que pasas en el albergue buscando piso, probablemente el tiempo en que más amistad hagas con los de alrededor, pues comparten tu indecisión y confusión. Disfruta del proceso de búsqueda, porque, como te digo, es otra experiencia.


La cerveza bien tirada

Llegamos a la parte técnica. Ya puedes tener las mejores condiciones de conservación, el mejor grano, el agua más pura, el vaso más increíble... que como esté mal tirada, no va a tener mucho futuro. Puede que al principio no te des cuenta, pero ya verás al final cómo te acaban asqueando las cosas sin fuerza.
Por eso, no empieces muy duro. Tampoco tirando la cerveza. Ve subiendo y bajando, echando más cantidad o menos, acercándote y alejándote del vaso. Si pegas siempre la botella al vaso, se te quedará sin fuerza, pero como no la arrimes un mínimo de vez en cuando, la espuma va a rebosar.
El secreto en la Erasmus, como en todo en la vida, es ir variando para no aburrirse. Habrá épocas en las que te apetezca la cerveza con más espuma que en otras; es importante, pienso yo, saber medirse.


Cómo y cuándo beber la cerveza

Quién soy yo para decirte cómo beberte tu cerveza. Yo, al menos, no admitiría que nadie me dijese cómo tengo que beberme la mía. Porque sobre esto no hay nada escrito, y es verdaderamente importante que tú encuentres tu manera. Cada uno es libre de beberse su cerveza como le resulte más agradable. Hay a quien le gusta fría y a quien le gusta caliente. Hay a quien le gusta rápida para poder probar muchas más y hay a quien le gusta más lenta, para degustar perfectamente las pocas que bebe.
Como ya te decía antes, mi consejo es que te adaptes a la situación, pero añadiendo tus propias reglas y gustos. Por ejemplo, cuando salía el sol me llevaban mis compañeros belgas a la plaza o parque más cercano con una cerveza, para organizarnos y pensar bien los proyectos (¿he dicho que estudio arquitectura?). Pero había días en los que la cerveza era el merecido descanso después de todo un día pateándome Amberes para conocer los proyectos urbanísticos sobre los que tenía que investigar.
Sin embargo, la cerveza, como toda bebida alcohólica, si la bebes demasiado deprisa te puede sentar mal. Piensa en tu Erasmus como una bebida también; hay que tomarla con organización, para no arrepentirte después de las elecciones tomadas, pues tu tiempo es escaso, y aquí está mi mayor advertencia: aunque la Erasmus no sea una bebida que produzca borrachera, tiene efectos muy agobiantes, como acelerar el paso del tiempo de manera asombrosa.


Dónde beber tu cerveza

Esto sí que es complicado de aconsejar… mi máxima es que en la variedad está el gusto.
En relación a lo que antes te decía del tiempo, hay tantos lugares donde puedes beber cerveza que hay que organizarse bien... yo tenía un calendario, por así decirlo, apretado. Si algo he aprendido, es que no hay lugar malo si te apetece tomarte una cerveza. De verdad, te hablo desde la experiencia; mira, un rápido recuento: empecé tomando cervezas por el centro de Bruselas, cuando conseguí piso, empezamos a investigar las cervecerías del barrio. Posteriormente, mis compañeros belgas de clase me fueron enseñando lugares alrededor de la facultad. Más ambicioso, seguí buscando lugares por Berna, Lausanne y Basilea, en un viaje a Suiza con mi clase de proyectos. Estuvo bastante bien, pero sólo consiguió abrirme el apetito. Intenté saciarlo con pequeños saltos a las zonas próximas de Alemania y un conocimiento profundo de cualquier ciudad de Bélgica, pero ni siquiera los exquisitos sabores de Amberes o Brujas consiguieron saciar mi curiosidad. Por eso di el salto a Finlandia, y me la recorrí de este a oeste (admitámoslo, de norte a sur sería demasiado recorrer, sobre todo a -30 ºC) buscando, he de decir que sin demasiado éxito (en su favor, diré también que para lo mediocre que es su cerveza es increíble las muchas veces que volvería). Con el buen tiempo cogimos una furgoneta y nos fuimos por Hungría, Eslovaquia, República Checa, parte de Austria... Budapest es un gran sitio para hacer lo que sea, aunque sea cierta la calidad superior de la cerveza checa. En la Ópera de Viena no se puede beber cerveza, pero puedes entrar en el gallinero por el precio de una. A continuación me dediqué a realizar el segundo tour de Bélgica patrocinado por mis clases de urbanismo, incluyendo ya pueblos en los que es más fácil encontrar cerveza de trigo que una montaña, y ya sabes lo que te he dicho de la cerveza de trigo en Bélgica, así que imagínate lo llano que puede llegar a ser...
Si te resulta demasiado lioso, te diré que siempre vuelves al mismo lugar, al que sientes como tu rincón en el que la cerveza te sabe como en ningún sitio. Te apuesto lo que quieras a que de Erasmus encontrarás tu sitio preferido del mundo (hasta el momento), igual cada cinco minutos.


Con qué acompañar tu cerveza

Qué maravillosos son los belgas, dirás hasta ahora... pues hay cosas en las que pierden. Los acompañantes de tu cerveza, por ejemplo.
La tradición en algunos bares es acompañar tu cerveza con granos de cebada. A mí me resultaba demasiado amargo y nunca los tomaba. Con esto aprovecho para dejarte claro que muchos intentarán llevarte al camino de lo que “tradicionalmente” hay que hacer, tanto mientras te bebes una cerveza como durante la Erasmus en general.
Y esto es algo que me mosqueaba bastante, porque yo soy el que decido con qué acompaño mis cervezas, en qué ambientes y por qué razones. No sé si me explico del todo bien… pero supongo que me entiendes. Al final, la única conclusión a este respecto a la que he podido llegar es que hay que probar todo lo que te ponen para acompañar que te parezca apetecible, pero no caer en empacheras tontas, sobre todo con alimentos que posiblemente no sean los que más te interesan, sino los que más interesan a otros.


Con quién acompañar tu cerveza

Este punto está muy relacionado con el anterior, y, aunque sé que en casi todos te he dicho que era de los más importantes, te advierto que aquí sí que llega el punto básico.
Intentaré ser muy breve, porque te aseguro que, desde el primer día en un albergue, hasta que encuentres (!) un piso, pasando por tus primeras clases, en seguida vas a saber con quién quieres acompañarla. Yo, personalmente, siempre huí de los que sólo querían beber cerveza española. Pero no puedo negar que la cerveza que más repites es, inevitablemente, la de casa... tienes muchos más prejuicios que romper sobre ella de los que piensas. Tiene mucha más variedad de la que crees.
Y es que no es malo, en mi opinión, siempre que sepas guardar el equilibrio y te conviertas en un gran conocedor de la cerveza autóctona. Tuve la suerte de ser invitado a las mejores cervezas de cada país, o al menos así me lo parece, la suerte de acercarme a gente que parecía tener el don de la ubicuidad, llegando a todo, viajando a todas partes, saliendo a toda clase de sitios, leyendo, aprendiendo, riendo...


Pensamientos tras dos cervezas

Ahora que las dos cervezas que me he tomado mientras escribía esto me están haciendo efecto, te daré ciertas pautas para saber aplicar los consejos anteriores: el tipo de cerveza importa bastante poco. Al principio ninguna cerveza es del agrado total del que la bebe, casi siempre es al segundo sorbo cuando uno le encuentra el verdadero valor. Y según sigues no paras de encontrarle nuevos matices; el vaso es un pedazo de cristal (podría valerte hasta un vaso de plástico), no seas quisquilloso, porque sólo puede ocurrirte que recuerdes aún con más gracia la cerveza que bebiste en el recipiente más extravagante o asqueroso; la cerveza bien tirada... aquí no me voy a llevar la contraria, sólo decirte que eres tú el que mejor sabe cómo te gusta de presión. Más floja, más fuerte, más fría, más cálida. Haz que tu paladar conozca muchos lugares, huela muchos ambientes, aprenda de muchos profesores y compañeros... en definitiva, acompaña bien tanto tus momentos con cerveza como aquellos sin cerveza.

Te decía al principio que a algunos lo de capital de Europa les sigue sonando a farol. No me retracto. Pero sí he de explicarme, porque puede sonar mal: realmente, tras un año en Bruselas pienso que no es necesario hablar de una capital. Porque no pienso que exista una ciudad paradigma de la Europa que a veces nos imaginamos desde España. Porque creo que, de hecho, cada ciudad es desastrosa a su manera (aunque Bruselas pruebe casi todas las maneras posibles), y que ninguna es tan importante como para aislarse. Eso los bruxellois, con su carácter abierto y cosmopolita, lo tienen muy claro.
Espero que te ocurra como a mí, espero que te sientas como en casa en cada sitio al que vayas. Que te sientas parte de algo más grande, algo común, algo que nos iguala a todos y nos permite comprendernos mucho mejor. Que comprendas que eres europeo, y que tienes muchas más cosas en común de las que en un principio, perdido en tu nuevo destino, seas capaz de distinguir. Que comprendas que, igual que eres europeo, tienes muchas más cosas en común de las que piensas con un canadiense, con un vietnamita, con un mexicano. Sé bruxellois allá donde vayas, y déjate contaminar por las personas tan sumamente diversas que tengas a tu alrededor.
Espero que te sientas más humano, más humilde, más sencillo. En eso debe consistir el bienestar del que tanto hablamos los europeos, y que tanto se están empeñando en destruir estos últimos tiempos.

No me eches después nada en cara, porque ya te aviso: la buena cerveza amarga, a veces como la hiel. Pero después, cuando tienes la lengua libre, cuando tu nariz se despeja y cierras los ojos, y sientes las manos de las personas que han hecho posible ese líquido que estás degustando, y casi puedes llegar a ver los campos de donde ha salido... es entonces cuando guardas la botella. Las guardas todas. Para que nunca se te olvide a qué olía ese momento. A qué huele la vida de verdad, la intensa, la que duele, y reconforta y alegra, y entristece.

Y si después de esto piensas, “¡dios santo, cómo le explico yo a mi madre que la Erasmus no es sólo cerveza!”... no te preocupes; cuando te mire a la cara mientras le hablas comprenderá, tan bien como espero que lo estés comprendiendo tú, que en lo que estás viviendo cualquier parecido con la cerveza es pura coincidencia.


Santé, salud.

martes, 30 de octubre de 2012

Correr

"Si todo pereciera y él se salvara, yo podría seguir existiendo; y si todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado, el universo entero se convertiría en un desconocido totalmente extraño para mí."

[Cumbres Borrascosas - Emily Brontë]



Son angustiosas las indecisiones. Es angustioso decidir.

Comprendo la desesperación de aquellos que me tienen que soportar. Murakami escribió algo que me ha dado bastante paz en "De qué hablo cuando hablo de correr"... venía a decir que no creía que su personalidad pudiera generar simpatía en casi nadie. Que comprendía perfectamente desagradar a la gente, pues poco se puede esperar de una persona que, cuando surgen problemas, por toda respuesta se aleja, se encierra en sí mismo para digerirlo introspectivamente.

Pues bien, yo comprendo perfectamente las quejas de los que me rodean sobre mí. Sufro con ellas. Intento combatirlas. Pero, ¿hasta qué punto puede uno cambiar la configuración de su cerebro?

Me gustaría borrar tantas cosas de mi cabeza... quisiera aprender a vivir hacia afuera. Pero, como decía, ¿hasta qué punto me es posible? Por la razón que sea, mi cabeza funciona más rápido que mi cuerpo; ataca las cosas más rápido. Las repasa continuamente. Las trilla. Las machaca. Me machaca.

Cuánto me gustaría poder actuar de maneras distintas, más francas, más directas. Pero algunos no podemos elegir no correr. Correr no es una opción, es una necesidad vital en ciertas personas.

Decía que me angustia mi propia indecisión, pero conciencia y análisis práctico de todo lo que me rodea son los dos elementos que, combinados, conforman mi cerebro. Y son una mala combinación como para actuar en esta vida. El mismo hecho de que vea pensar y actuar como opuestos define bastante mi manera de procesar el mundo. Con tantísimas posibilidades que se abren a cada momento, ¡cómo poder decidirse por una de ellas! Con qué legitimidad desechar las demás...

Y aquí viene el papel de la música en todo esto. Ella es la que siempre es una opción perfectamente abordable. Totalmente reconfortante. Ella es la que me permite los pocos instantes de equilibrio de los que disfruto. Me anestesia, a la vez que extiende sus límites, abriéndome la mente y clarificando mi pensamiento. Sin ella no sé qué haría, cómo estabilizaría mis nervios para poder pensar después.

Es como la válvula que permite escapar la excesiva presión que me atora las neuronas. Sin ella el tanque corre el riesgo de reventar.

Podéis acusarme de ser acomodaticio. Posiblemente. Y por ello tengo miedo. Me aterroriza la idea de quedarme parado, de estar permanentemente anestesiado, disfrutando de la música del mundo, mirando alrededor y extasiándome con los más mínimos detalles, desentrañando complejas relaciones de la naturaleza, pero completamente incapaz de moverme. Me da escalofríos convertirme en un mero observador, sin voz ni voto en esta vida que me ha sido dada.

Aunque, para ser sinceros, todo me parece tan sumamente complejo, que si sólo fuera capaz de aprender a analizar los ritmos y las notas de lo que ocurre a mi alrededor, podría considerarme completo. Al menos me lo siento ahora, aunque no responda a aquello a lo que supuestamente debería responder. Quiero decir, ¿es que debo considerarme menos completo por no desear las cosas que socialmente se deben desear, por no permanecer en la misma órbita de necesidades? No lo creo.

Pero no quisiera despertarme tras una larguísima lista de reproducción dentro de unos cuantos años para descubrir que no he hecho nada. Que no he vivido. Que sólo he observado. Y que ya es tarde para decidir vivir una vida que hace largo tiempo desechaste por introducirte intelectualmente en los entresijos de las partituras de la realidad.

Conforme se me acumulan las decisiones, se me escapan las ganas, y la música me ofrece una alternativa demasiado reconfortante como para desecharla, quizá la única a mi alcance: escucha y calla. Espera que ocurran las cosas. Y así, sucesivamente, las ocasiones y las experiencias me sobrepasan, me adelantan, me dejan atrás. Las saludo desde la distancia mientras observo cómo se aleja mi vida.

Use your tonight, lose your tonight dice Bon Iver versionando a The Outfield. A eso se resume todo.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Prólogo cuando cero tiende a cero



"El día de mañana, recuerda que hubo un tiempo en que quisiste vivir". Recuerda...

Esas palabras daban vueltas en su cabeza aletargada. Qué querían decir. Quién las había escrito. Sus neuronas no eran capaces de encadenar una lógica lo suficientemente consistente como para enhebrar un razonamiento de ninguna clase. Tan sólo alcanzaba a mirar lo que le rodeaba, cuyo aspecto le sonaba vagamente. "Extranjeramente".

Sentado en el filo de una gran cama, la elegante colcha de ésta se arrugaba hacia él. Casi podía sentir, en su ensimismamiento, cómo se enrollaba, cómo se movía, acechándole las arrugas del tejido. Se encogió para verse casi reflejado en el mármol, oscuro y pulido con una limpieza rayana en lo obsesivo. Sobre él, una pequeña lámpara apagada era cruzada por una sola franja de luz que su mirada siguió hasta la puerta entreabierta, por un lado, y después hasta el balcón, por el otro, cerrada casi completamente la persiana. El casi se permite por una línea resquebrajada que daba a la habitación un aspecto casi tan deprimente como su semblante, una raja que provocaba la intromisión estrecha pero certera del sol, que le permitía entrecerrando con esfuerzo los ojos releer una y otra vez aquel folio acartonado y ajado. Quizá no entrecerraba los ojos porque le costara leerlo en la penumbra, puede que sólo fuese el efecto propio de la ristra de estupefacientes diversos que había ingerido. No se lo planteó en ningún momento, para ser sinceros.

Recuerda... Su cerebro trataba de rebuscar, pero por lo visto resulta algo complicado encontrar cosas sin siquiera conocerlas. La tortilla de sustancias que se amalgamaba en su estómago en aquellos momentos le daba una buena lista de historias para sustituir esos recuerdos. Algunas de ellas ciertamente divertidas. Es enfermiza la omnipotencia del cerebro humano. Puede matarte, puede provocarte una angustia insoportable. Pero cuando llega el momento de la verdad, justo ahí, aunque uno esté drogado como una puta, desata sus mecanismos de autodefensa. Como un mecanismo de movimiento perpetuo, que te lleva de un lado hacia el otro, sin llegar nunca a ir más allá de los puntos de articulación. Todo esta medido, amigo, se reía para sí, sin soltar la más mínima sonrisa, por sardónica que fuese. De un lado a otro.
Se le escapó una desalmada carcajada, de todo punto desequilibrada. Ding, dong. Disforia depresiva, decían. Qué sabrá esa panda de ineptos sobre mi cerebro. Dentro de su misantropía, odiaba especialmente a las personas que creían conocer a otros mejor que ellos mismos. Casi igual que a los que presumían de conocerse bien a ellos mismos. Mentirosos. Nada más que mentirosos buscavidas.

Recuerda... recuerda...

Entre convulsiones cayó de la cama poco a poco. No se intentó agarrar, pero tampoco se soltó. Ingrávido, impasible, su cuerpo no pertenecía ya más a este mundo. Por qué había entonces de seguir sus reglas. Así, el golpe contra el suelo no produjo ni ruido ni rebote. Rozó el mármol, y punto.

Tu cuerpo sigue las leyes que quieras. Cuando eres tan capaz de distinguir tu persona de tu imaginación, el cuerpo, la vida en sí, no es más que un estorbo físico. Una ecuación con demasiadas restricciones y constantes como para que cumplirla sea práctico.

Dejó su cuerpo y voló hacia sus recuerdos. Recuerda... y recordó. Aquel tiempo en el que quiso vivir.